A principios del 2000 Rudy Kurniawan empezó a destacar en los círculos del vino en Los Ángeles como una estrella en el horizonte. Tenía un pasado oscuro, que aclaraba poco delante de sus nuevos amigos, ricachones todos. Originario de China o Indonesia, de una familia desconocida en esos círculos era poco más o menos lo que se sabía de él. Pero con tanto vino «bueno» circulando, parece que nadie le hizo muchas más preguntas sobre su origen y le dejaron hablar sobre esos vinos de colección que eran lo más.

Rudy Kurniawan destacaba por su paladar refinado, por ser muy hábil reconociendo añadas, o por hacer creer esto a la gente, especialmente a la gente a la que estafó. Se presentaba como aficionado al vino hábil en detectar falsificaciones. Hábil era, sin duda, un hábil caradura, y con muy buena nariz para detectar las anomalías y montañas rusas en el mundo del vino. Con este buen ojo para seleccionar a sus «víctimas» se especializó en Borgoña, animado por la complicadísima categorización de sus tierras y el refinado encanto de la Pinot Noir. Compró y vendió tantos vinos de Domaine Romanée-Conti que le llegaron a llamar Dr. Conti, ni más ni menos.

En el 2006, en pleno boom de la tecnología en Silycon Valley y con todas las punto.com nadando en montañas de dólares, llegó su momento más álgido. En una subasta vendió vino por valor de 24.7 millones de dólares, batiendo el anterior récord de 10 millones. Esos momentos de insensatez colectiva los vinos falsificados le dieron una gigantísima suma de dinero contante y sonante.

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El primero al que se le puso la mosca detrás de la oreja ante tanta cantidad de vino fue a Laurent Ponsot, propietario de Domaine de Ponsot, cuando empezaron a aparecer botellas de Clos St Denis del Domaine Ponsot con una antigüedad sospechosa. Bajo la compra-venta de Rudy Kurniawan aparecieron botellas de Domaine Ponsot de las cosechas entre 1945 y 1971. Al propietario, Laurent Ponsot, le saltaron todas las alarmas, ya que en su familia no empezaron a embotellar vino hasta 1982. Como no, empezó a investigar.

Casi al mismo tiempo, Bill Koch, un multimillonario estadounidense encontró botellas falsas en su colección, botellas que habían salido de algunas de estas subastas. Subastas en las que se habían batido récords de compra-venta de botellas a precio de oro. Mosca también, contrató a detectives privados y presentó una demanda.

Con estos indicios, el FBI se puso manos a la obra y en marzo del 2012 entró en su casa en Arcadia, California y encontró un taller de falsificación en toda regla, con herramientas para taponar, etiquetas, botellas vacías y notas de cata largas como un día sin pan. También encontraron botellas de vino más baratas que las falsificadas, que usaba para poner en botellas más caras y de todo para alterar el contenido de las botellas y que parecieran tener más valor.

Lo hacía todo en su casa, y no demasiado sofisticadamente, al menos, no tan sofisticado como para ser un fraude con tanto charme.

¿Y cómo es posible que falsificara vinos tan caros y los expertos no se dieran cuenta? Muy fácil: los vinos tan y tan caros son tan escasos y se abren tan pocas veces que es realmente difícil ser un experto en ellos. Y la mayor parte de las veces brillan en la oscuridad de opulentas bodegas, muchas veces hechas para aparentar.

El 16 de septiembre se estrenó en EEUU un documental sobre su vida, Sour Grapes. En España tendremos que esperar a verlo vía Netflix en breve.

El documental no tiene desperdicio. En él podemos ver a Rudy Kurniawan, que ni era Rudy ni era Kurniawan (lo más probable es que se llamara de un modo mucho menos glamuroso, Zhen Wang Huang y que juntara, como quien junta cromos dos nombres de jugadores de bádminton en Indonesia) joven, simpático, un encantador de serpientes que encantó a todos, fueran serpientes o no.

La apasionante historia de este estafador se cuenta con entrevistas y material de archivo. Es una película sobre ser estafado, sobre un falsificador valiente cuyas «víctimas» son ricos que juegan con el dinero. Rudy Kurniawan, como cualquier gran ladrón, es un gran artista con un talento natural. Con más de uno, en verdad, porque era alabado por todos por su gusto exquisito y su gran paladar para los vinos.

No deja de ser interesante ver cómo él y sus «amigos», que se hacían llamar «Angry Man» (hombres sin piedad) podían beberse botellas por valor de 200.000$ en una sola cena y sentirse alguien por hacerlo. Una vez más, la realidad supera a la ficción y ver a estos personajes en acción supera toda imaginable realidad.

Sin un sincero amante del vino y la Borgoña como Ponsot en la escena este juego podría haber seguido hasta el infinito y más allá. Él, junto con los recursos (probablemente superiores a los del FBI) de Bill Koch (hermano de Charles y David Koch, dos magnates de la industria del petróleo y del gas reconvertido a coleccionista) fueron las piezas clave para atrapar a Rudy «con las manos en la masa» o en la etiqueta de vino, que para el caso es lo mismo.

Bill Koch aparece entrevistado en el documental en su mansión: «No me gusta ser engañado», empieza. «Hay un código de silencio en la industria del vino y hay vinos que son una muestra de amor del bodeguero, son casi una experiencia religiosa».

Fue el enfado de Bill Koch al sentirse estafado el que inició toda la investigación. Pronto empezaron a salir «cosas raras» como un Magnum de Petrus de 1921, en un momento en el que no se hacían Magnums. La investigación avanzó rápido. El resto es historia. Rudy fue atrapado in fraganty en su casa de California el 8 de marzo del 2012 y condenado a 10 años de prisión, por ver primera en un fraude de vino en la historia.

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La moraleja de tanta falsificación es la doble lectura o cara del mundo del vino: ¿Es un arte? ¿Un lujo al alcance de pocos? ¿Es una inversión? ¿Una forma de ganar prestigio?

Sin duda hay vinos que son verdaderas joyas y tremendamente únicos. Vinos que están reservados a muy pocos, por precio y privilegio. Vinos sobre los que en realidad pocos saben algo de cómo saben, porque muchas veces están destinados a lucir en bodegas subterráneas de lujo. Y no ser bebidos, sino mostrados como trofeos de caza.

Hablando de caza, una de nuestras escenas favoritas en la película es un momento en el que Rudy Kurniawan dice a sus compañeros de mesa que tengan cuidado con las subastas online, porque en ellas no se puede estar seguro de la procedencia del vino… Es un momento magistral, de los de sacarse el sombrero y aplaudirle con fervor en su dignidad. La dignidad del ladrón, pero dignidad al fin y al cabo.

Laurent Ponsot, artífice del desemascarado, asegura que el fraude en el vino es gigantesco y momunental y que Rudy Kurniawan no pudo haber hecho todo esto solo. Cree que el 80% de las botellas de Borgoña de antes de 1980 que circulan es falsa y que esto no deja de ser un atentado a la historia de Francia y sus vinos.

El documental y la polémica están, una vez más, servidos.

Moraleja 2: No hace falta estar forrado para disfrutar del vino… La piramide de calidad del vino dispone de maravillosas botellas a todos los rangos de precio…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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