Albert Martí, co-fundador Wine is Social
La actual crisis del Covid-19, y más concretamente el confinamiento obligado que conlleva, es sin duda un trago amargo para el mundo entero pero tiene también algún aspecto positivo. Nos ofrece la posibilidad de reflexionar sobre cómo queremos vivir a partir de ahora, cuando se levanten las restricciones. Uno de los aspectos fundamentales de esta reflexión, en mi caso, es a qué quiero dedicar la parte de mi vida, mayoritaria, que dedico al trabajo.
Hace 9 años que un grupo de personas, hoy de amigos, creamos Wine is Social. El mundo del vino es un negocio muy complicado, por lo que desde una perspectiva puramente racional de negocio uno debería pensárselo dos veces antes de invertir recursos. ¿Por qué hay tanta gente que se engancha a él y se le dedica en cuerpo y alma? Hoy he decidido aprovechar esta luminosa tarde de domingo para reflexionar ¿Por qué vale la pena dedicarle tantas horas y tanto esfuerzo?
Un elogio a lentitud en la edad de lo rápido y efímero
La revolución tecnológica lo acelera todo, lo hace todo ansiosamente efímero. Parece que todos los ciclos caducan cada vez con más prontitud. En este entorno, en esta desnaturalización, son necesarios productos como el vino, que tienen su propio ritmo. El vino, el viñedo, sigue el ritmo de las estaciones, inacelerable, inexorable, lento, constante.
Cuando disfruto los primeros sorbos de un nuevo vino hasta parece que se para el tiempo, que me permite conectarme de forma profunda con el ahora, pero tomando consciencia a la vez del tiempo embotellado en su interior.
Soy profesional del Marketing desde hace mucho tiempo, y me encanta trabajar en los productos para ir mejorando su “mix” constantemente. En el caso del vino, me resulta increíble un producto que solamente se puede “evolucionar” de año en año. Pensémoslo, el elaborador de vino deberá acarrear con la consecuencia de una cualquier decisión de elaboración, cada riesgo de innovación, incluso cada fenómeno meteorológico incontrolable, durante un año. Maravillosamente frustrante.
Me hace “tocar con los pies en la tierra»
Otro de los males de nuestro tiempo, prometo dejar de insistir en ellos a partir de ahora, es la enorme desconexión que sufrimos de la naturaleza, de nuestro propio hábitat. El vino nos ofrece una conexión directa, si me permitís casi espiritual, con el suelo, con la tierra, despertando un deseo, casi una necesidad, de cuidarla, de protegerla. Cuando la crisis del Covid-19 remita, espero que nos tomemos todos en serio el que probablemente es un desafío mucho mayor, el cambio climático, en el que el vino debe tener un rol inspirador. Confío en que la curiosidad por conocer y apreciar el viñedo y la zona que ha dado lugar a un vino, despierte la voluntad de ayudar a preservarlo.
Bebida, cultura e historia universal; bebida, cultura e historia local
Me atrae esta dualidad del vino, su carácter universal, la capacidad de hacer disfrutar a personas de todo el mundo, pero también su carácter eminentemente local. Me atrae que cree una cultura universal de disfrute de la tierra y la gastronomía pero que sea capaz de ser transmisor del legado cultural de un lugar concreto, diminuto en “el gran esquema de las cosas”. Que sea capaz de estimular la innovación en la elaboración pero que tenga tantas respuestas y soluciones en la tradición y en la historia.
Como apasionado también por la historia, me maravilla una bebida de la que hay vestigios de más de 6000 años en Georgia y cuyo origen se remonta seguro a algún milenio anterior y que ha sido capaz de enamorar a los Egipcios, los Griegos (Dyonysios, Bacchus..), los Romanos y hasta de convertirse en bebida sagrada en la religión. Algo mágico tendrá.
Por cierto, hablando de historia, desde 1887 y en los decenios que siguieron, el mundo del vino vivió su particular pandemia, la filoxera. Probablemente ningún sector haya sufrido un ataque tan feroz y cruel como lo fue aquel, que arrasó con la mayoría de la vid plantada en Europa. La Viticultura fue capaz de levantarse y rearmarse, como vamos a hacer con nuestro Coronavirus.
Cuenta historias de un lugar y de sus gentes
Me encantan las historias. Soy un apasionado de la lectura y me seduce intentar descubrir la mejor historia que cada vino lleva dentro, esa historia que ningún otro vino puede contar. Me emociona que sus historias estén tan ligadas al paisaje, a su lugar de origen, y que reflejen también las emociones e ilusiones de los que lo elaboran. En la era de la deslocalización, ¡bendita sea esta bebida local!
Como os decía, me dedico al Marketing y nada me estimula profesionalmente más que contribuir a contar una historia con un vino. Disfruto creando el concepto con el equipo y con el elaborador, buscando un nombre que lo comunique, eligiendo la botella, coordinando el diseño de la etiqueta y creando los contenidos para explicarlo.
Me estimula todos los sentidos
Es una bebida multi-sensorial, como pocas. Desde el “pop” del descorche de una botella de vino, uno de los sonidos más maravillosos que conozco, siguiendo por el sonido del vino entrando en la copa y la percepción de los aromas, tan evocadores y tan personales (increíble la capacidad de conectar con memorias pasadas a través del olfato). Me encanta sentir sus texturas en toda la boca y disfrutar sus mil y un sabores. Hasta el color del vino me inspira, a la vez que me cuenta muchas cosas sobre su historia y personalidad.
Una bebida VIVA
No dejará de maravillarme nunca el carácter vivo del vino, su capacidad de evolucionar lenta, lentísimamente, dentro de la botella. Me maravilla que cada botella sea diferente y que tomarla hoy pueda ser tan diferente a tomarla en unos meses o unos años. Me parece increíble abrir una botella de hace decenios y que nos muestre todavía alegría, que vibre por contarnos qué pasó en un lugar, en un tiempo y con unas gentes, casi olvidados.
El vino es SOCIAL y conecta personas
Es uno de los motivos por los que creamos Wine is Social y por el que elegimos este nombre. El vino cobra su verdadera dimensión cuando se comparte, cuando se disfruta alrededor de una mesa con otras personas. Me maravilla la capacidad del vino, sin duda en parte por su contenido en alcohol pero también por los rituales que lo acompañan, de desinhibir y permitir conversaciones más profundas, casi diría que más sinceras. Si echo la memoria atrás, recuerdo que muchas de las mejores conversaciones que he tenido han sido alrededor de una botella de vino.
Leía hace poco a alguien escribir: “amo las personas, amo el vino y amo lo bien que combinan vinos y personas”. Lo suscribo 🙂
El mejor consomé para disfrutar los sabores de la cocina
No olvidaré el día en que escuché al gran chef Ferran Adrià que el vino no era más que un “consomé (conhommé) de fruta” y que ello lo hacía especialmente ideal para disfrutar más la comida, tanto porque nos permite “limpiar” las papilas gustativas para volver a sentir la comida, como por la capacidad de lograr, a veces, el eureka del «1+1=3”, la sinergia de la danza acompasada de vino y comida a la que llamamos maridaje.
Si vuelvo de nuevo a echar la vista para atrás e intento recordar las experiencias gastronómicas más impactantes de mi vida, inexorablemente hay un vino en todas ellas. En muchas de ellas no os podría decir exactamente la comida que tomé pero sí recordaré detalles y sensaciones de la botella que lo acompañó.
Aprender sin parar y sin dejar de sentirme más ignorante
Disfrutar el vino es simple, degustarlo en la boca y sentir el placer que nos evoca. Sin embargo, tras esa simplicidad que tanto reivindicamos en Wine is Social, se esconde una de las bebidas más complejas que existen. Soy curioso por naturaleza y no he conocido otro campo del saber en el que cuanto más sabes, más felizmente ignorante te sientes. Más consciente de lo mucho que queda por aprender, por descubrir.
A veces siento como si el vino fuera una cebolla de inabarcables capas de matices. Puedes disfrutar un vino en diferentes etapas de tu vida, con diferentes grados de conocimiento sobre vino y la seguirás disfrutando pero descubrirás nuevas capas cada vez. Mi compañero y amigo Manu Jiménez suele decir que “hay que simplificar el vino pero sin trivializarlo», sin dejar de destacar su calidoscópica complejidad y tiene mucha razón. En este sentido me siento afortunado de aprender de vino junto a Sommeliers como Ferran Centelles, César Cánovas, Manu, Raúl Igual, David Seijas, David Forer, Silvia Culell, Pol Turull, entre otros. Todos ellos tienen algo en común, unos conocimientos descomunales de vino pero con una humildad igual de grande ante la inabarcable profundidad de su objeto de trabajo y de deseo.
Sus gentes y su brillo en los ojos
Sin dejar de ser una bebida de “naturaleza” es también una bebida tremendamente humana, una bebida de personas. El otro día aprendía de un elaborador explicando que no tenía un “método de elaboración” sino un “método de interpretación” de su viñedo y su lugar. Me pareció genial esta declaración de intenciones de intervenir de forma sutil en vino, de contar una historia secundaria de ilusiones humanas, paralela a la de las vides, su fruto, el suelo y sus vicisitudes.
Os contaba al inicio que el mundo del vino no es el mejor negocio que existe, que en muchos casos, demasiados, no es ni tan solo un negocio. ¿Por qué hay tanta gente que se desvive por él? ¿Qué hace que un elaborador cuide el viñedo como si fuera un hijo, aunque sufra con todas las incertidumbres meteorológicas? ¿Qué hace que una familia desee perpetuar un viñedo con decenas, a menudo hasta centenas, de años atrás?
A menudo me lo pregunto y es esta una de las motivaciones para escribir estas líneas. Es posible que algunos de ellos compartan conmigo algunas de las razones aquí expuestas; muchos tendrán otras, sus, razones, pero tras estos 9 años de convivencia diaria con el vino llego a la conclusión que nuestro mayor denominador común es un brillo en los ojos, una aceptación tácita de que no se puede ir en contra un propósito, de una atracción tan atávica y potente.
Que ¿por qué me dedico al vino?
Pues, en una gran parte, por lo que os he explicado aquí pero también por que un día decidí desoír este consejo: “no hagas de tu afición tu oficio”. Esta es una de las conclusiones de mis reflexiones de confinamiento de estos días, seguiré buscando hacer de mis aficiones mi oficio. El futuro es incierto, el negocio del vino también, pero he decidido que la próxima crisis me pille disfrutando con lo que hago. He decidido también que me pille disfrutando con gente interesante que me gusta y con la que comparto este punto de locura irracional.
Albert Martí, WINELOVER
Co-fundador de Wine is Social
No puedo estar más de acuerdo con Albert Martí, con estas 10 razones para AMAR EL VINO. Desde los últimos 20 años, así lo he vivido, así lo he intentado transmitir y así lo siento y por ello, doy gracias a este Amor, por todo lo que me ha enseñado, y por lo «viva» que hace que me sienta.
Habrá que seguir cuidàndolo. Yo espero, pese a los avatares, vayan surgiendo cada vez más jóvenes viticultores, sabios campesinos, cuidando la tierra y por ende : el medio ambiente, nuestros paisajes y paisanaje, sin qué, se les deje solos o abandonados…..a su suerte.
Los seres humanos nos hemos vuelto impacientes; y hoy más todavía cuando somos bombardeados con un marketing agresivo que no hace querer para ya, el máximo placer.
Las cosas buenas necesitan su tiempo.
El vino necesita su tiempo.
Disfrutarlo rodeado de seres queridos, no tiene precio; descubrir una nueva bodega; brindar con tu vino preferido…
Dicen que es una bebida inventada por los Dioses para entretener a los humanos…pues divino entretenimiento.
Hay mucho por lo que amarlo.
Se nota por tus palabras, que tú disfrutas dedicándole tu tiempo.
Saludos